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Mostrando entradas de marzo, 2016

Tanta tontería me cansa

Y no sé porqué pero he llegado a un momento en mi vida, en el que ahora me encuentro, que ya no tengo cuerpo para aguantar más bobadas. Me resulta algo irritante relacionarme con algunas personas y otras no llaman para nada mi atención. No despiertan mi interés vaya. Me resbalan bastante aquellos que un día estuvieron a mi lado, acompañando y alegrando mis tardes y ahora ya nada, es más, muchos ni siquiera saludan por la calle. A muchos he visto agachar la cabeza o sacar el móvil intentando disimular. Ya ves tú que problema. Bendito problema. No me voy a molestar en mencionar porque no me caben en los dedos de las manos la cantidad de gente que conozco a la que solo le importa quedar bien, aunque realmente sea mentira. Feo gesto donde les haya. No quiero a mi alrededor a nadie así. Pretendo que los míos sean sinceros, casi siempre justos conmigo y a veces algo críticos. Que me corrijan y se cabreen, que me ayuden, que me hagan razonar y con ello pensar las cosas dos veces. En oc...

Veinte razones

La noche se echó encima. Y yo, me puse debajo. Luego de pie. Y también de lado. Las paredes sudaban. Tus piernas temblaban. Tu pecho, en mi cuerpo pegado. Viendo Venecia en un cuadro. Juntos bailando. En italiano soñando. Tu espalda mojada. En tu cuello espirando. La persiana bajada. Y las medias rasgadas. El pintalabios tirado. Tu pelo en mi mano. La otra, con fuerza apretaba. En la cama jugando. En tu cadera las ganas. Y en el suelo tus bragas.

Se acabó el invierno

Película en el DVD y no sé ni para qué. No estábamos aún en la mitad y ya nos molestaba la ropa. Palomitas con mantequilla y Nestea del Mercadona. Recuerdo, era sábado y se nos hacía de noche. La televisión era lo de menos. Aquel día, no hubo mejor fiesta que tú y yo entre las sábanas. Nos sobraba el edredón y nos faltaba el aire. Los mejores principios suelen empezar, casi siempre, en un portal. Aunque en nuestro caso, resultó ser en mi sofá. Fumaste de mi cuerpo hasta colocarte. Yo, bebía del tuyo hasta conseguir emborracharme. Y juntos, nos comimos por partes hasta quedarnos sin hambre. Cuando sonreías, se paraba el mundo y no salía ningún tren. En aquella estación, esquina izquierda del salón, no había horarios. Solo calor. No hay abrazo que no arregle un día triste, ni sudor que no empañe un espejo. Se acabó el invierno.   Dejó de hacer frío. Y con ello, se marchó por donde había venido.

La chica cocodrilo

Podría escribir un libro entero hablando de ella y de lo mucho que la gusta leer a Irene X. De la forma tan rara que tiene de sentarse con las piernas cruzadas encima del sofá. Su manera inconsciente de sacar la lengua cuando escribe. El culo tan bonito que la hacen esos pantalones, que hace un par de meses se compró en rebajas. Nunca ha sido mucho de vestir de marca.  Su manía de no conformarse y su inseguridad disimulada bajo unas gafas de sol. Sus ganas de bailar desnuda al salir de la ducha, por toda la casa, escuchando a Lori Meyers. Sus ojeras de casi no dormir por pensar y el natural de su cara sin maquillar cualquier día entre semana. La pierde cualquier cosa con queso. Lo nerviosa que la pone quedar con chicos. Lo poco que la duran los enfados y lo mal que se la da mentir. No sabe casi dibujar, pero la da igual. La fuerza de voluntad que saca para estudiar. Prefiere terminar las noches viendo amanecer antes que llegar pronto a casa. La vergüenza que la da ser el centr...

Todo a la improvisación

No sé si es que sabes dónde hacer daño o que cada vez que me tocas tú, me duele. Últimamente y desde que te llamo suerte, la tostada no se me cae por el lado de la mermelada. Ya no me levanto nunca con el pie izquierdo y las fotos desde mi perfil malo, me gustan más. El vecino del 4° me parece cada día más majo. Le estoy cogiendo el gusto a esperar a que suba el ascensor y perder un bus ya no es un motivo para enfadarme. Las canciones me suenan mejor desde tu móvil. El jersey negro me queda mejor y esos zapatos ya no me hacen tanto daño. Si hace frío, Cola-Cao. Si llueve, película en casa. Planes de fin de semana el sábado a las cuatro y cuarto de la mañana, borrachos en la barra de un bar. Ron y besos entre tragos y excesos. Tabaco y hielos, Tequila y limón. Brindemos por nosotros. He aprendido a vivir sin manuales, no me gustan las instrucciones. Prefiero saltarme lo establecido y seguir mi propio instinto. Nada de planear algo serio, la clave está en improvisar. Fumar d...

Casi siempre aleatoria

Una tarde encerrado en casa, me di cuenta de que ya no lo siento. Has pasado a un segundo plano. Un lugar especial donde guardo los recuerdos del pasado. Los que no me importan, claro. Ya no tengo la necesidad de mirar para a otro lado si me cruzo contigo por la calle. Para nada me sorprende que no aparezcas en mis últimas conversaciones. Queda lejos la época de estar en la lista de llamadas perdidas. Sé que has vuelto a fumar. Pasamos de compartir almohada, a no poder ni sentarnos juntos en una ridícula mesa de biblioteca. De querer quedarte con mis sudaderas a ni siquiera verte los sábados por el centro, ahora eres más de ir al cine. Cenar por ahí los domingos y emborracharte los jueves con tus amigas de clase. Descubrí que aquella canción que escuchábamos tú y yo, ya no significa nada, ahora solamente es la pista 106 de una lista de reproducción. Casi siempre aleatoria. He visto que por fin me has desbloqueado. Imagino, estás con alguien. Las fotos en tu perfil no mienten, n...

Como si no me importaras

Te pones mi camisa arrugada, tres botones abrochada  y descalza,  desfilas por el pasillo cantando  Izal  como si aquel pasillo fuera eterno. Como si no hubiera resaca, como si el ron nos sobrara. Como si no hubiera humo en la habitación y tu ropa no estuviera por ahí amontonada. Como si no fuera una putada cada vez que te enfadas y me apartas la mirada. Como si no me fijara en tu nariz, después de desayunar, de café manchada. Como si el vino no pegara. Como si no me gustara esa marca del cuello que tapas con el pelo. Como si nunca viera lo guapa que estás al salir de casa. Como si no me importaras.

135 kilómetros

Me da igual que vivas en otra ciudad. Ya me he acostumbrado a verte solamente los fines de semana. Y por desgracia, ni siempre ni todos. Alguien me dijo hace tiempo que no era bueno eso de acostumbrarse, pero ya ves, aquí estoy metido como siempre en camisas de once varas. Cenas con tus amigas mientras yo me emborracho en cualquier rincón, para después empezar juntos el domingo. Me encanta pasar frío contigo. He descubierto que no sé como acabar la semana sin verte. Cada día es algo nuevo, diferente plan, distinto bar y otras calles. Pero aunque pasen tantos días la sensación es de la primera vez que nos vemos, hay cosas que no cambian. Mismos besos en el parque, y nuestras escaleras. El banco marrón justo debajo de tu casa no se mueve y tampoco ese portal que siempre encontramos abierto. Conversaciones vacías a diario, pero llega el viernes, tú impaciente por llegar, yo nervioso esperando que me avises para bajar. Días llenos de cenas y cervezas, de películas y polvos, de siestas...

Otra vez domingo

Domingos de resaca y cafés largos. De gafas de sol. De madrugar poco. Música en inglés en la radio. Un par de ibuprofenos. Duchas frias, o calientes. Miradas vacías, perdidas en el recuerdo de la noche anterior. Soledad, a veces compartida. Tardes de sofá, de pijama y poca cena. Dolor de cabeza. Queda media pizza en el microondas. Domingos de autodestrucción. Aún quedan las secuelas de la ginebra y los restos de los besos que me diste anoche. Domingos de película mala y helado de chocolate. Demasiado helado de chocolate. Domingos de no salir de casa en todo el día. Ni de la cama. De echarte de menos. De arrepentirme. Ojalá saber algo de ti algún día. Sí, hoy sería un buen día. Se me queda grande el sofá, la casa, la cama y la vida. ¿Para qué sirven los domingos? No sirven para nada.

Las 20:36

Apareces en mi casa, sin avisar y con muchas ganas. Me invitas a cerveza. Sabes tocar donde me gusta. Hueles a esa colonia que queda cuando sales de mi cama. Me muerdes el labio, señal de que algo bueno va a pasar. Ya en el comedor me quitas la ropa y no llegamos ni a mi habitación. Menos mal que íbamos a ir despacio, Zamora en una hora. Suena tu móvil varias veces, ni te mueves, demasiado concentrada en mirarme a la cara. Treinta y dos besos recorren tu espalda y respirarte sobre la nuca es suficientes para romper el cuadro que colgaba en la pared. El primero en mitad del pasillo, junto al armario. La ropa tirada por el suelo indica lo que está ocurriendo. Me tengo contados los lunares de tu pecho y esa marca de nacimiento al final de tu cadera. No sé que habrás desayunado está mañana pero no puede ser bueno. Se nos hace de noche encima de la mesa y luego en el colchón, los restos de sudor son testigos del desastre. Aún a oscuras, veo París entre tus piernas. Tres mordiscos e...

Quédate

Y sin darme cuenta, me había metido hasta el fondo. No estaba atento, una época un tanto rara, y sin querer. Habías conseguido lo que nadie en mucho tiempo. Mira que te dije que no me iba a encariñar, que esto era pasajero y que no iba durar más de dos o tres noches en la parte de atrás de tu coche. Que yo no era de esos que a la mínima se encaprichan con alguien y menos contigo. Soy más de recordar miradas desde lejos, al otro lado de la barra. Esto, ni si quiera llego a decir nuestro, tenía un final ya escrito incluso antes de empezar. Me cuesta demasiado enamorarme, la verdad es que no sé si eso es bueno o malo, depende como se mire, supongo. Después de tanto tiempo sin hacerlo, no tenía pensado hacer excepciones. Debería cambiar, no ser tan pasota y aprender. Creía que nunca entrarías en mis planes. Lo cierto es que sí, y lo tengo más claro aún cuando de repente me hablas y suena Funambulista en mi cabeza. Y como dice Diego Cantero, bendita mi suerte. Y es que de eso se trata, ...