Una tarde encerrado en casa, me di cuenta de que ya no lo siento. Has pasado a un segundo plano. Un lugar especial donde guardo los recuerdos del pasado. Los que no me importan, claro. Ya no tengo la necesidad de mirar para a otro lado si me cruzo contigo por la calle. Para nada me sorprende que no aparezcas en mis últimas conversaciones. Queda lejos la época de estar en la lista de llamadas perdidas. Sé que has vuelto a fumar. Pasamos de compartir almohada, a no poder ni sentarnos juntos en una ridícula mesa de biblioteca. De querer quedarte con mis sudaderas a ni siquiera verte los sábados por el centro, ahora eres más de ir al cine. Cenar por ahí los domingos y emborracharte los jueves con tus amigas de clase.
Descubrí que aquella canción que escuchábamos tú y yo, ya no significa nada, ahora solamente es la pista 106 de una lista de reproducción. Casi siempre aleatoria. He visto que por fin me has desbloqueado. Imagino, estás con alguien. Las fotos en tu perfil no mienten, ni esas caritas y corazones que escribes en un tweet antes de dormir, a quién desde hace un par de meses te alegra las noches. Y por lo que parece, también gran parte de los días. Ese alguien que durante un tiempo era yo. No pasa nada. Tranquila que no me molesta. Tampoco tu forma estúpida de actuar, ni que hayas preferido conformarte, antes que apostar por algo que a priori era más complicado.
Lo peor es que ni lo has intentado.
Tú verás, siempre te ha gustado más perder que arriesgar.
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