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Mostrando entradas de enero, 2016

La chica de aquel bar

Te conocí una noche cualquiera en un bar, en un sitio nuevo en el centro. No me acuerdo del nombre, ni siquiera me importa. Creo que era jueves. Aún recuerdo el momento en el que te acercaste a la barra. Lo siento, no pude evitar fijarme. Chica rubia de pelo rizado. La cerveza fue el principio y bueno, quizá no era nuestro momento pero quién sabe oye, igual sí. Me encantaba como bailabas y como te reías, aunque yo casi no te miraba intentando así, que no te dieras cuenta de que estaba loco por ti. Todavía no sabía tu nombre y ya me quería acostar contigo. Creo que no te podían quedar mejor aquellos vaqueros ajustados, y esa cazadora de cuero negra que te hacía tan sexy. Debajo, aquella blusa oscura marcada por los restos de la humedad que desprende un botellín helado, lugar por donde apenas asomaba tu escote. Uno de esos escotes bonitos, de los que sin ser para nada extravagante, te dejaba sin respiración. Que chica pensé, es increíble. No me atrevía a decirte nada y me quedé con...

Rubia

Haciendo una mención a Leiva podríamos llamarla "Eme". Adora la pizza, el coco y las canciones de Andrés. Su sonrisa arrasa. Ella es la única que se entiende, por eso no se aguanta. Bueno, a veces sí. Ella es distinta a las demás, pero tiene algo, algo que hace imposible dejar de quererla. Ella quizás no sea perfecta pero sí es de esa clase de chica que te dejan marcado. A menudo está sola, aunque no la faltan chicos detrás. No la gusta forzar las cosas. Odia el tabaco. La gusta el amor. Sí, todavía cree en él. Es de esas que piensa —quién sabe si algún día yo, ojalá...— y daría lo que fuera porque alguien llegara y la quisiera. Que la quisiera bien, no a medio gas. La da miedo enamorarse sin embargo se levanta cada domingo, sin peinar y con sueño, casi a la hora de comer, con la esperanza de qué ojalá ese día, alguien llegue y llame a su puerta para sacarla de casa y la invite a cenar. Alguien con quién ver llover desde la ventana de su casa, con quién pasar frío en la c...

Me estoy acostumbrando a ti

Me estoy acostumbrando a terminar los sábados viendo como te subes a casa, sentado en tu banco mientras pienso lo perdido que he estado todo este tiempo. Que ya son varios días yendo allí y bueno, la verdad es que le estoy empezando a coger cariño al banco. Me estoy acostumbrando a pasar todas las noches a las tantas por la puerta del Mercadona. Mi teatro. Y a esa fuerza que sacas, la verdad que no sé todavía de dónde, al empujar la puerta para poder entrar dentro de tu portal. Me estoy acostumbrando a que te quedes mi bufanda, a olvidarmela en tu cuello, o quién sabe, igual es una excusa para poder verte otro día. Me estoy acostumbrando al olor de tu colonia, a tus manos frías, a tus ojos chinos y al rugir de tus tripas porque aún no has cenado y ya es tarde. A esa mirada tonta que te provoca el alcohol, a darte las buenas noches de vuelta a casa mientras me cuentas que ya te has desmaquillado y que estás metida en la cama. Pero sabes qué, que sobre todo me estoy acostumbrando...

Viernes por la noche

Viernes por la noche, acaba la semana. Llego a casa, una ducha rápida y me preparo. Pantalones pitillos, la camisa del Pull, una chaqueta y las deportivas nuevas. El tupé bien peinado y esa colonia que tanto me gusta. Sí, esta noche he quedado con ella, en un bar. Joder, y media pasadas, siempre llego tarde. Un par de cervezas por el centro y unas cuantas sonrisas. Sonrisas en la barra de algún bar. De esas que te quitan el sueño, ya sabes. Y besos, muchos besos. Comernos en cualquier rincón de camino a tu casa. Buscarte las cosquillas. Estabas impaciente, me metías mano en tu portal, el ascensor solo fue el principio. Te conozco y sé que los besos en el cuello son tu debilidad. Te quito la blusa mientras tú me desabrochas los botones de la camisa. Me muerdes, tanto que me encanta. Te arranco el sujetador, me bajas los pantalones. Estás en el sofá, yo en el suelo de rodillas. Me pierdo entre tus piernas. Estás muy nerviosa, y resoplas varias veces. —No pares, por favor— m...

Y la besas bien

He besado a gente por la que no he sentido absolutamente nada y he sentido cosas por gente a la que ni siquiera he llegado a besar. A lo largo de mi vida he dado muchos besos, de la gran mayoría ya ni me acuerdo. No quiero un beso perfecto de esos de película, ni quiero que quede inmortalizado en una foto. Tampoco tiene que durar eternamente, ni tiene que dejarte sin respiración, como dicen algunos. A veces apenas dura unos segundos. No tiene porqué ser en un lugar bonito, ni tampoco puede haber sido planeado de antemano. Simplemente sale solo, te apetece y la besas. Y la besas, sí. La besas bien. Lo demás no importa. Hay muchas clases de besos, y probablemente a cada persona le guste uno, pero si me preguntasen a mi que cual es el beso que más me gusta, lo tendría muy claro. Ahora sé que ya no quiero otros besos.  No me gustan.

Martes loco

Cenar en el sofá y hacerte el amor encima de la mesa. Otra noche sin dormir. 500 noches. Las cinco menos cuarto. Tú tienes ganas y yo tengo ganas. Echamos otro. Y otro más. El pitillo de después. Las persianas a media altura. Se aprecia la luz del día. Otro amanecer contigo. Suena la alarma. No quiero salir de la cama. Huele a café y a tostadas. Estás tan guapa recién levantada. Quiero seguir durmiendo...

La chica de al lado

Se levanta todas las mañanas, madrugón, ducha rápida y a clase. El día que hay suerte desayuna. La música a tope. Siempre con prisas. Y ahí está, la chica más guapa de toda la facultad. Que bien la sienta el color rojo. No se pinta los labios, todo eso se la suda. La chica de al lado. Sin peinar y con sueño. Con miles de sueños. Sueños dibujados en pañuelos de papel, cargados de noches sin dormir. De ilusiones. Desilusiones y bajones. De domingos de esperar, y desesperar. De momentos que quién sabe si ojalá algún día podrá hacer realidad. Pero mientras llega ese día, ella seguirá levantándose todas las mañanas, como siempre, con una sonrisa dibujada en la cara. La mochila llena de apuntes y repleta de ganas.