La recuerdo en silencio, con cara de circunstancia y sin saber muy bien que decir. Miraba a cualquier lado y se encogía de hombros de vez en cuando. Creo que sabía lo que se le venía encima. Por lo menos se lo imaginaba.
Ella no estaba preparada para pasar por esto y yo no quería asustarla, no era mi intención. Le dije que la necesitaba. Nada más, solo eso. Ella no contestó, no dijo nada. Solo bajo la mirada y no se dignó ni siquiera a cambiar mínimamente la expresión de su cara. Ni por cumplir. No hubo ninguna señal de afecto, ni un falso sentimiento. Ya no lo sentía. Se encendió un cigarro y suspiró.
Yo tampoco tenía mucho más que añadir, creo que ya lo había dicho todo.
Respondió que se tenía que ir, que ya nos veríamos, que me cuidara. Y por la calle principal camino del centro, a paso rápido, se marchó. Con ella y agarrada a su mano, le acompañaba a su lado cualquier esperanza que quedara de poder volver.
Desapareció. Ya no valía la pena seguir intentándolo.
Justo ahí, me di cuenta de que en el fondo, yo nunca había sido tan importante como ella decía. Como yo creía.
En ese momento pude oír el silencio.
No sé muy bien a que suena pero sí sé como duele.
Y cuanto aprieta.
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