Yo tenía los nervios del primer día y aunque no hacía demasiado calor, en aquel momento me sobraba el abrigo.
Miradas a lo lejos, un qué tal y dos besos.
Una terraza, en alguna bocacalle perdida cerca del centro.
Un par de cervezas, aunque la tuya con limón. No me dejas pagar y esta vez invitas tú.
En frente de nuestra mesa, un niño se tropieza y una niña baila feliz con la música de su móvil. Se te escapa una sonrisa.
Me enciendo un cigarro. Eso ya te gusta menos y frunces el ceño. Te duele un poco la espalda y te quejas. Es domingo y estás cansada, se te nota en la cara. Culpa de la primavera.
Momento de silencio, pero no incómodo, o eso creo. Escuchas sin querer, la conversación de los chicos de la mesa de atrás, -anda que no tendrán otra cosa de qué hablar-, se te escapa. Me miras y te ríes, y como es lógico yo también.
De vuelta hacia tu portal, de camino se me escapan cien besos de los cuales aún no me atrevo.
Es tarde y aunque tengo un trozo hasta mi casa, no me quiero ir.
Si pudiera, me quedaría a vivir allí.
En aquel banco sentado contigo, se me olvida que hace frío.
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