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Nos montamos en un tren sin mirar destino alguno. Una mochila y algo de ropa. Yo con mis gafas de sol y tú con tu cazadora vaquera. Teníamos más ganas de perdernos que de por fin encontrarnos. Llegamos a una casa junto a la playa, y allí nos quedamos. Pasábamos las noches haciendo el amor en la ventana frente al mar. No necesitábamos más. Aún recuerdo aquellas cenas en al terraza en las que aunque estuviéramos en primera línea, mis mejores vistas eras tú. Bañarnos desnudos a las 4 de la mañana y esas carreras por la playa descalzos de madrugada. Me encantaba que me despertara el Sol que entraba en la habitación y sentir el olor del mar en tu pelo. Esos minutos en los que todavía tú te hacías la dormida y yo, que te miraba sin ni siquiera llegar a tocarte, te despertaba haciéndote cosquillas y aunque al principio te enfadabas, después siempre sonreías. Idiota, me llamabas. Te quejabas de lo fea que estabas por la mañana recién levantada, me parecía una falta de respeto hacia las demás. Después de casi un mes viviendo juntos, los últimos días todavía me seguía poniendo nervioso cuando me duchaba contigo. Al meterme en la cama, cada noche mi piel se erizaba al rozar tu cuerpo. Nunca conseguí que no se me quemaran las tostadas, y recuerdo que te reías de mi cuando se me pegaba la comida. Nuestras fotos en la cama y tu mal despertar de la siesta.
Te encantaba fumar en en el balcón a escondidas
después de comer con el café, creyendo que yo no te veía.
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