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Podría mentir y contar que no tenía ganas, que ni siquiera me lo esperaba. Estábamos muy cerca sentados en aquel viejo sofá. Quería besarte pero no me atrevía, creo que tú estabas igual, igual de descentrada que yo, vaya. Me di cuenta por la manera de mirarme de reojo cuando yo te intentaba apartar la mirada. Tenía muchas ganas. De pronto me besaste, no lo vi venir, apenas duro unos instantes, pero no pude evitar abalanzarme sobre ti. Eso fue el principio. Mi mano derecha recorría tu pelo, bajaba por tu cuello desabrochándote la camisa, te apretaba con fuerza el pecho y rodeaba tu cintura. Con la boca te quité el sujetador, creo que se rompió, Mientras, la otra mano, acariciaba lentamente tus piernas. No podía parar de besarte. Me sobraba toda la ropa. Echaste la cabeza hacia atrás, momento que aproveché para morderte el cuello, intuí que te gustaba y sé, que aunque no me dijeras nada, no querías que parase. Me quitaste la ropa, ibas demasiado rápido, incluso parecía que tenías prisa. -Tranquila, tenemos toda la noche
-, recuerdo decirte. Te arranqué los pantalones, y de rodillas y a besos me perdí entre tus piernas. Primer aviso a los vecinos. Aparecieron los primeros orgasmos. Mordiscos en tu espalda y algún arañazo en la mía.
Suma y sigue. Por fin desnudos, follamos encima de la mesa, en el suelo de la habitación, incluso contra la pared. Definitivamente, no quedaba ningún vecino dormido. Volamos a cualquier lugar sin movernos del sofá. Entendí a que se refería Pereza con su "
Todo". Fue increíble. Aquella noche me di cuenta, que aunque me acueste con otras, el amor solo le hago contigo.
Y amanecí desayunando entre tus piernas encima de la encimera.
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