Ellos no eran nada. Eso decían cuando hablaban sobre su relación con los demás. Pasaban tiempo juntos, hablaban a todas horas, se contaban su vida como quién dice. Se divertían. Se echaban de menos los días que estaban solos y siempre tenían ganas de verse. De sonreír, aunque sea un rato. Estaban locos el uno por el otro. Pero les daba miedo asumirlo, por lo que pudiera pasar después, quizás miedo a un posible cambio. No se atrevían a admitir que no podían estar separados, no sabían. Cuando estaban lejos todo funcionaba peor, pero cerca, las piezas encajaban perfectamente. Se complementaban increíblemente bien. Y ya ninguno de los dos quería besos de otra boca. Cervezas, cenas, más cervezas, todo iba hacia adelante. Vivían soñando con que un día al despertar uno de los dos hubiera dado el paso y llegará ese momento en el que se sentaran a hablar delante de un café de lo que eran, de lo que querían y sentían. De toda la verdad que se ocultaba día trás día detrás de sus pantallas...
Y si hablamos de tiempo, yo tengo todo el tiempo del mundo para compartirlo contigo.