Y aquí estás tú, en esta cama de noventa a mi lado haciéndote la dormida, que por cierto, se te da fatal, aunque creas que no me doy cuenta y nunca te lo diga. Te miro y pienso, mientras te acaricio el pelo, que todavía no soy capaz de asimilar la suerte que tengo por estar tumbado aquí contigo. Y lo feliz que soy. Y cuando abres los ojos y sonríes enfadada, te escondes rápidamente boca bajo apoyada sobre la almohada para que no te vea bien la cara, tengo claro que ya no quiero bailar con nadie más. Me invitas a desayunar en tus sábanas de cinco estrellas. El colchón, lo más parecido a un hotel de lujo, siendo tu habitación la suite imperial con vistas al balcón que forma tu pelo al rozar tibiamente el edredón. Y es que a nadie le queda tan bien la cara de recién levantada, un domingo por la mañana.
Y si hablamos de tiempo, yo tengo todo el tiempo del mundo para compartirlo contigo.